Delfi Young

“Sólo cuando uno se detiene a contemplar, desde el recogimiento estético, las cosas revelan su belleza, su esencia aromática”

Byung Chul Han



Qué decir de la pandemia, de la cuarentena, de la salud y de la vida que no se haya dicho ya. Para mí es la toma de conciencia mundial y personal más fuerte que atravesé.

Cómo transité el confinamiento merece un libro aparte, pero lo voy a resumir acá.


El secreto que sólo yo sabía

La cuarentena me encontró viviendo sola en Buenos Aires y me dio dos regalos invaluables.

Por un lado, el completo anonimato. Sólo yo sabría qué ocurría en mi casa. Lo que dijera en voz alta en mi soledad no iba a ser escuchado por nadie, sólo por mí. Lo que ocurriera sólo sería real para mí. Nadie iba a verme. Nadie tenía que saber lo que hacía. Podía vestirme como quisiera, probar, experimentar con mi cuerpo. Me encontré con la oportunidad de confesar lo que quisiera. Nadie me iba a escuchar. Nada tenía que hacer. Sólo estar quieta y dejar que saliera lo que tuviera que salir. Si después quería hacer algo al respecto, era otro tema.

Por otro lado, la cuarentena me dio tiempo. Mucho tiempo. Si quería introspección y llanto desde el viernes a la tarde al domingo a la noche, podía.

Así que, anónima y con días de sobra, me dediqué a pasar tiempo conmigo, en silencio. Reflexionaba tanto que terminaba el fin de semana y no sabía qué había hecho. Creo que pasaba muchas horas contemplando, con la mente casi en blanco. Si encontraba algo doloroso, podía llorar horas y horas. Me secaba las lágrimas, comía un chocolate y me metía en la cama hasta el otro día. A nadie le importaría, de nadie era responsable, nada más tenía para hacer.

Llegué a estados de foco mental que nunca había experimentado. Casi podía tocar las palabras que aparecían en mi mente, de lo claras que eran. Empecé a escribir con el cuerpo y la intuición.

Lo más importante era que podía decirme las peores verdades, y sacarme la presión de tener que hacer algo al respecto. Era un secreto conmigo y nadie más. Si confesaba mis locuras más extremas, todo bien. Podía hacerlas algún día, o no.

Sólo debía sostenerme a través de todo. Sostenerme mientras todo se caía. Y cuando ya no hubiera nada de qué aferrarme, debía ser yo mi propia baranda, mi propio sostén, porque nadie podía abrazarme. Debía ser yo el único puerto seguro del cual salieran y llegaran barcos. Toda exploración que hiciera necesitaría de un hogar estable en mí al cual volver.

Decidí que para formar ese lugar seguro del cual afianzarme tenía que continuar con el camino espiritual y de autodescubrimiento que venía haciendo con terapia y yoga. También empecé a escribir en mi diario más seguido. Arranqué a escribir poesía. Fue indispensable para estar en contacto con mis emociones y mi inconsciente.

Aprendí a cocinar y a tenerme mucha paciencia. Aprendí a cuidarme y a habitar mi cuerpo. Profundicé sobre astrología, sobre la energía, sobre la conciencia.

Entendí que así como entraban cosas — conocimiento, actividades, ideas — tenían que salir. Si no era escribiendo o hablando, era llorando.

Lloré muchísimo. Lloré en el piso. Lloré en la ducha. Lloré hasta dormirme. Lloré al despertarme. Lloré hablando por teléfono. Lloré escribiendo. Lloré y dejé salir todo lo que tenía guardado.


Conviviendo conmigo misma

Me fui conociendo más, y como alguien que convive con su pareja, fui conviviendo conmigo misma. Empecé a pensar en mí como una relación unipersonal. Hice el truco de pensar que yo era dos personas distintas y cómo me trataría si amo a la otra persona. Como alguien que observa a su amado, aprendí sobre los pequeños detalles y gestos de amor que tenía conmigo misma.

Algunas entradas de mi diario, en diferentes fechas:

Ayer pensé en mí como esta persona que amo y quiero documentar todo lo que hace y aprende. Como si yo viviera con una persona que amo, o con un bebé, y escribiera sobre ella, tipo “hoy X descubrió esto, se emocionó por esto, lloró por esto”. Sólo que esa persona soy yo.

Soy una relación unipersonal.

Si pasé un mal día ayer no me voy a exigir cosas, al igual que no le exigiría al otro que amo. Me daría placer pero desafíos. Pongo primero mi relación conmigo sobre otros. Reconozco mis sentimientos y opiniones. Me amo.

Empecé a pensar en el placer, en los sentidos, en salir conmigo misma.

Mi placer no depende de otro. ¿Cuánto tiempo le dedicamos a salir con otra persona y cuánto a nuestro propio placer?

Quiero explorar sexualmente. No es tan grave ni determinante. Explorar. Ver qué me da placer. Es parte de ver qué hace y quién es esta persona que amo (yo).

Empecé a escuchar mi cuerpo. Solía vivir con colon irritable y una contractura infernal. Se fue todo. Otro libro aparte.

Me siento fluir. Siento el pecho sin trabas. La espalda sin contracturas. Le siento textura a las cosas. Las toco. Las saboreo. Veo colores en mi balcón. Oh el mundo, está ahí. La contractura no está. Me tiemblan las rodillas y las manos. Me río a carcajadas.

Empecé a sentir mucho amor y compasión por mí misma. Me di cuenta que estaba guardándome de enfrentar un gran dolor. Estaba por ver la sombra y me daba miedo. Tenía miedo de cambiar toda mi vida.

Es hora de bajar la guardia. Nada malo va a pasar. Nada va a ser peor que seguir limitándome, abandonándome, restringiéndome de ser yo en el mundo. Yo me acepto. El miedo que me limita quiere protegerme, lo sé. Es hora que descanse. Que se rinda. Y se deje llevar hacia donde haya que ir. No te resistas. Rendite ante la vida como te rendirías frente a algo hermoso, frente al Taj Mahal, o algún lugar donde nadie te haría daño. Donde el único daño sería privarte de eso, perderte de disfrutar eso.

¿Qué es realmente tan malo? ¿Qué cosa es más horrible que limitarme del mundo, que no dejarme disfrutar del mundo, ser yo en el mundo?

Qué gran regalo amarse a uno mismo. Estar siempre con vos.

Lo que no logre en esta cuarentena no lo lograré en años.

No era sólo permitirme la sexualidad, sino permitirme todo.

Uno es su propio hogar.

Ya está Delfi. Perdonate y dejá de castigarte. Fue mucho tiempo que te pusiste en penitencia.

La gratitud de tenerme a mí misma.

Qué coraje seguir el deseo. Qué coraje. Es el único camino posible, todo es perfecto. Temo. Pero voy a seguir mi deseo. Me guiará. Me arrojaré y todo se irá acomodando.

El deseo es como el camino. Podés evitarlo, buscar atajos, pero eventualmente (en esta vida o en otra) lo vas a seguir. Depende de vos cuándo.

Soy tan dura conmigo misma.

Todo el tiempo.



Capítulo siguiente
Capítulo anterior
Índice