Delfi Young

Una mañanita de lluvia, en casa de mi amigo Jorge, jugábamos al
ludo o a las damas, y después, no sé cómo, yo estaba en el dormitorio
de su hermana mayor y alzaba en el puño unas ropas de ella, que yo
había descubierto sobre la cama, entre las sábanas revueltas por ella
y todavía tibias de su sueño. Sentí la mirada atónita de Dios.

Eduardo Galeano



En la secundaria me empezó a hablar una compañera. Me hacía reír con sus chistes. Me descolocaban sus preguntas. Vivíamos en la misma zona pero veníamos de contextos muy distintos. Teníamos charlas interesantes, profundas, que me llevaban a nuevas realidades.

Desde niña había sido buena alumna, tímida y reservada, pero en su presencia me sentía lo más divertido del Universo. Me animaba a cosas que no me había planteado. Sentía confianza si ella estaba cerca. Si me sentía insegura, confiaba en que ella iba a saber manejar la situación, o decirme algo bueno para darme coraje.

Empecé a salir a la noche. Empecé a tomar. Empecé a escuchar música. Me empecé a soltar. La primera vez que me pegó el alcohol yo estaba riéndome a carcajadas con ella. Iniciaba lo mejor de mi adolescencia.

**
*

Cuando no nos veíamos por algunos días, la extrañaba como se extrañan a los amigos cuando se van de vacaciones en verano, pero un poco más. Era una inquietante y secreta manera de extrañar.

Una tarde, ella me acarició la mano con naturalidad. Se sintió increíble.
—¿Cómo se llama esto que estás haciendo?
— Mimos.

**
*

Eran las tres de la tarde de un martes de Julio. Afuera hacía frío y estaba nublado.

— Hay que parar
— Sí, sí…
— O sea...
— Sí, ya sé

Yo le acariciaba la cara. Estábamos frente a frente y nos mirábamos a los ojos.
¿Cómo habíamos llegado hasta ahí?

— ...en cualquier momento vamos a terminar en un beso.

Nos alejamos, perturbadas. Cada una se sentó en la cama.
Hubiéramos preferido que ninguna dijera nada.

— No podemos. Ese límite no se rompe.
Nos miramos con complicidad.

— Aunque en realidad, me da intriga
— ¿Te da intriga?
— Un poco sí
— A mí también

La ventana estaba cerrada. Casi no entraba luz. ¿Quién podía decirnos qué era normal y qué no?

— ¿Lo hacemos?
— Me acabás de decir que ese límite no se rompe
— Es que tarde o temprano va a pasar. Mirá cómo estamos. A dos centímetros.

Me humedecí los labios, quise relajarme y acercarme más, pero algo me lo prohibía. El muro de todos los tabúes, de todas las creencias, de todo lo que estaba bien y mal en el mundo.

— No puedo, te juro
— Yo tampoco

Nos alejamos un poco, entre frustradas y aliviadas. Todavía estábamos a tiempo de no cruzar el punto de no retorno.

— Es como que hay un muro de cristal y no lo puedo atravesar.
— Hay una barrera física
— Tal cual, así se siente
— Físicamente no podemos

Desistimos.

— Pero...

Estábamos nuevamente a dos centímetros de la otra. Alguna cerró los ojos y atravesó el muro.

No sentimos el rayo de Dios, furioso. Tampoco el fuego del Infierno brotando del suelo. Como quien cruza una valla y no se electrocuta, nuestros labios, perplejos, se palparon incrédulos y notaron que no se habían desintegrado, que la vida seguía ocurriendo, que nadie había muerto por traspasar el umbral. Todo lo contrario. Súbitamente libres, recuperados de su asombro, acometieron a su deseo con total dedicación.

**
*

Una ventaja inesperada de nuestra relación fue que al ser mujeres podíamos ir al mismo baño sin que nadie sospechara. Bastaba una mirada para encontrarnos ahí. Respetábamos la distancia hasta confirmar que no hubiera nadie más.

Nos besábamos contra la puerta del baño.

Yo rogaba que por favor no se abriera esa puerta, que no se abriera esa puerta nunca.

**
*

No podíamos parar de vernos, pero tampoco podíamos sostener la clandestinidad sin levantar sospechas de que teníamos una relación. La gente y las instituciones a nuestro alrededor empezaron a opinar, y no en todos los casos nos encontramos con la aceptación que tanto nos hubiera ayudado.

Ante la presión que sentíamos, ambas coincidimos en que:
estar juntas estaba mal
era grave
no cumplimos los límites
nos confundimos
y no los cumplimos
la situación nos superaba
tocamos fondo
era hora de arreglar esto

Por el bien de cada una, íbamos a:
ver un psicólogo
no vernos
no hablarnos
no mensajearnos
no escribirnos cartas
no hacernos mal a propósito
pero cada tanto íbamos a tener que hacernos enojar para que sea más fácil olvidarnos
en suma, cortar toda comunicación
decir que nos habíamos peleado para evitar preguntas
y cuando hubiéramos pasado esta atracción, cuando ya no sintiéramos nada de todo lo mal que nos habíamos hecho, quién sabe cuándo o si algún día, íbamos a ser amigas normales.

**
*

Escribí en mi diario:

Ya aprendí. No quiero esto de nuevo si al final no va a poder ser. Ahora que sé que se puede llegar a este punto, si llego a ser amiga de otra chica y veo que se está encaminando a esto, no voy a seguir, te juro que no. No voy a dejar que ninguna otra chica se acerque a esto si veo que se está cumpliendo todo lo que hicimos, de nuevo con otra.

¿Cómo le digo a mi vieja esto? Lo que pasó, que quiero ir a un psicólogo.

No creo que esto me pase con nadie más.

Voy a pensar yo primero, a ordenar esto, y después cuando me baje un poco capaz quiera ir a un psicólogo.

¿Vamos a volver a hablar un día? yo sé que esto se nos va a pasar, te juro que sí, después de hacernos mierda mal, ¿vamos a volver a hablar?

Le voy a poner todo para parar ahora y esperemos terminar amigas.

Algún día cuando estemos bien nos vamos a acordar de esto y nos vamos a reír un poco espero.

**
*

A los días volvimos a vernos porque simplemente no podíamos frenar. Nos dijimos te amo.

Si queríamos seguir juntas, teníamos que conseguir algunos aliados para no estar tan solas y a escondidas. Empezamos a contarle a nuestro círculo más íntimo y eso nos ayudó, en parte. Era la primera vez que algunas personas entraban en contacto con una relación homosexual, y para ellas fue un poco turbulento, pero lo aceptaron y nos apoyaron. Otras no tanto.

Una de mis mejores amigas me preguntó “si ella fuera varón, ¿estarías con ella?”. Respondí que sí. Ahí supe que tenía que seguir a pesar de todo.

Me sentí libre de todo peso.

**
*

Faltaban dos meses para egresarnos del colegio cuando lo que más temía se hizo realidad. Toda la clase se enteró de que teníamos una relación. Sentí que se me venía el mundo abajo. Veía negro.

Lloraba y entre lágrimas le decía a ella: ¿si es amor, qué les jode? No entendía. Pensé que me iba a tener que mudar y empezar mi vida en otro lado.

Me vi acuciada por la necesidad de contarle a mi mamá a pesar de que no estaba lista, para que lo supiera a través mío y no a través de otros. Si quedaba algo por detonar, explotó en esa conversación a solas. Fue mi hora más negra. Pasamos el día de la madre más triste de la historia.

Cuando mi papá lo supo me hizo toda clase de preguntas. Por qué, por cuánto tiempo, cuántas veces, en dónde. Respondí cada pregunta con la verdad, por más dolorosa que fuera. Clavaba las uñas en el apoyabrazos del sillón porque me temblaba la mano. Estaba decepcionando a todos.

A los dos días corté la relación y no volví a estar con ella. Fue el primer corazón roto de mi vida. Era 19 de octubre y cada año lo recuerdo.

Por una década pensé que le había hecho mal a alguien. Que había hecho daño por sentir y merecía un castigo.

Desde entonces viví con miedo la expresión de mi sexualidad. No quería ni preguntarme a mí misma qué me gustaba porque temía tener que definirme como homosexual y atravesar una vida de sufrimiento y discriminación. Reprimí fuertemente todo cuestionamiento interno o externo relacionado a mi orientación sexual.

También surgieron nuevos temores en mí. Al querer ocultarlos, me desnaturalicé, me rigidicé. Aplaqué mucho mi autoexpresión.

Por decir algunos ejemplos:

Todo esto en mí me daba mucha, mucha vergüenza.

**
*

Dos años después de ese corte, empecé a salir con un chico que me gustaba. Llevaba cinco meses con él cuando le conté la historia de esa relación. Se la relaté segura de que me iba a cortar porque le iba a dar asco estar conmigo después de saber que había estado con una chica.

Cuando terminé de contarle me puse a llorar. Él se rió. Me aceptó. Le dije que lo amaba. Me dijo que me amaba. Esa fue la primera vez que nos dijimos eso.

Enamorada de un hombre, en una relación que podía mostrarle al mundo caminando de la mano, nadie — ni yo misma — me cuestionaba nada.

Cuando nos separamos, continué teniendo vínculos con hombres. No reflexioné sobre lo que había sucedido en la secundaria y si me atraerían otras mujeres, pero seguía teniendo vergüenza de contar la historia. Me convencí de que mi relación homosexual había sido una etapa — un desliz propio de la adolescencia — y no volví a pensar en el tema por varios años. Sería necesario irme muy lejos de casa para volver a hacerme preguntas.



Capítulo siguiente
Capítulo anterior
Índice