Delfi Young



“La realidad es simplemente una ilusión, aunque una muy persistente”

Albert Einstein


Quería seguir explorando y conociendo gente que también estuviera cuestionándose. Volví a abrir una app para conocer gente que había usado un par de veces antes y que me había gustado mucho. Tenía que actualizar mi orientación sexual. ¿Qué era?

Me puse a ver qué filtros podía usar. Pensé en la importancia de que una app te permitiera presentarte con muchas orientaciones y géneros distintos, y no simplemente “hombre/mujer busca hombre/mujer”.

Inicialmente declaré que estaba interesada en mujeres. La app empezó a mostrarme chicas. Las primeras veces miré de lejos los perfiles, como impresionada. Me daba extremo pudor. No estaba acostumbrada a ver cuerpos de chicas. No sabía qué mirar, así, en frío, sin conocerla personalmente. Pensé “yo nunca voy a poder hacer esto”. Cerré la app.

Así estuve durante días, abriendo y cerrando la app, cambiando los filtros y orientaciones, vislumbrando por primera vez un mundo de gente que se cuestionaba o definía como yo. Éramos cientos. Miré las fotos, leí las descripciones, descubrí nuevas orientaciones sexuales. Algunas personas hasta me explicaron cómo transitaron su sexualidad. Recuerdo chatear con un par de hombres que eran bisexuales. Eso me llamó mucho la atención, no sé por qué pensaba que los hombres no podían ser bisexuales.

Una noche como cualquier otra, abrí la app y descubrí que me había contactado un perfil muy, pero muy interesante. Una intuición fuerte como pocas me decía que aceptar su propuesta de vernos era el camino que yo debía seguir en este cuestionamiento. Me daba muchísimo miedo pero no podía no vivirlo. Algo me llamaba y quería ir a ver. Acepté.

Ese viernes por la noche me encontré tocando timbre en una casa que no conocía.

Resulta que el perfil que me había contactado por la app no era un hombre ni una mujer: era una pareja. Tanto ella como él no creían en la mononorma y la monogamia y buscaban gente parecida, con la cabeza abierta, que les gustaran hombres y mujeres para compartir un momento agradable y no sólo sexo.

Me ayudaron un montón en mi exploración. Pude conversar abiertamente sobre mi camino hasta entonces. Conocí la historia de ellos. Supe que les costó mucho reconocer algunas cosas que sentían — o no sentían, pero los mandatos indicaban que deberían — y hablarlo entre ellos. Se rieron con la historia de cuando conocí a mi compañera de cuarto en Dublín, la moto y que no era lesbiana.

Volví a casa y escribí:

Hoy quemo al hombre, a lo heterosexual, a la manera única de hacer las cosas, a la monogamia, a la realidad visible. Cuántas creencias me derribó ese disfrutar sin importar quién es mío, quién es tuyo. Ir en contra de todo.

Quemo para que exista cualquier cosa. Sexo, género, identidad, lo que yo quiera. Lo quemo y lo arranco de nuevo. Lo quemo y que nazca algo superador. Algo que sea un espectro y no un binarismo. Algo por explorar.

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Una noche sentí miedo, mucho miedo. Inicié esta exploración con mi pregunta —¿me gustaría relacionarme sexo-afectivamente con mujeres?— y pensé que al responderla se acabaría. Tema resuelto. Pero no. Un cuestionamiento que, en retrospectiva, juzgo sencillo, derivó en un sinfín de preguntas más que se presentaban ante mí sin pedirlo.

Lo que había abierto no era una puerta sino la caja de Pandora. Vi los límites del mundo conocido disolverse frente a mí. Supe que lo que conocía no era más que una pequeña parte de todo lo que era posible. De repente mi pregunta me pareció ingenua, inocente, incompleta.

Cuestionar el deseo sexual por uno de los géneros posibles (mujer) implicaba preguntarse por el resto de los géneros. Y por el resto de maneras de vincularse (monogamia o no monogamia). Y por las prácticas sexuales en que esa exploración se diera.

Mi plan había empezado siendo: ¿Me gustan las mujeres? Respuestas posibles: Sí / No. Si respondía que sí, entonces era lesbiana, bisexual o algo parecido. Si respondía que no, entonces era heterosexual porque “probé y no me gustó”.

¿Cómo saber si me gustan las mujeres? Teniendo una experiencia sexual con una.

Qué ilusa. Habiendo respondido que sí, me gustan las mujeres y también los hombres, empecé a preguntarme otras cosas: ¿Tendría un género fluido? ¿Me sigo identificando como mujer?, ¿Me vincularía en tríos? ¿Tendría relaciones poliamorosas? ¿Con cuántas personas en simultáneo tendría sexo?

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Recuerdo la primera vez que alguien me dijo que estaba en una relación abierta. Me contó que muchas personas tenían relaciones de ese estilo, pero parecía que eran muy pocas, porque no lo andaban diciendo por ahí.

Como hace un par de años ya que las mujeres hablan abiertamente de los abortos que tuvieron, y parece que varias pasaron por al menos uno. No era algo de dos o tres mujeres. Era de muchas más.

Sucede lo mismo con tríos, con la adopción de niños, con métodos anticonceptivos y mil temas más. Pensamos que no existe, que es algo raro, y en realidad es más común de lo que pensamos, sólo que nadie habla de eso.

Y acá voy a citar a Tamara Tenenbaum:

“La forma en que se nos educa y socializa condiciona las opciones que vemos como posibles para nosotras. Que sea legal ir a la universidad, por ejemplo, no es suficiente para que alguien vaya a la universidad: tienen que estar dadas las condiciones materiales, pero también las simbólicas. En mi infancia esto lo vi clarísimo: el Once, a pesar de todo, queda en la Argentina. Más allá de ciertos obstáculos (como tener que cursar los sábados o arreglárselas para comer algo kosher en el recreo), es legal y posible que una chica como mis compañeras de primaria, judía ortodoxa de clase media esforzada, hija de un comerciante y una ama de casa, estudie una carrera universitaria. ¿Por qué casi ninguna lo hace? No es que se lo prohíban (aunque, si alguna se lo propusiera, no tendrían problema en hacerlo); es que jamás nadie lo menciona, no hay modelos a seguir, no existen referentes que habiliten el deseo femenino en esa dirección. Es menos evidente, pero nuestro Occidente posmoderno y liberal también funciona así y en algún sentido es un mecanismo que en los últimos años está exacerbado. En una cultura como la nuestra, saturada de imágenes y discursos, lo que no se muestra ni se menciona no existe, con una particularidad que tiene algo de perverso: esas personas que te venden su pareja perfecta en tu pantalla preferida no son celebrities, profesionales de la figuración; son tus propios amigos e incluso podés ser vos, en una tarde de felicidad o de inseguridad. Somos nosotros mismos los que elegimos mostrarnos bellos, enamorados, exitosos, glamorosos; quienes decidimos convertir porciones de nuestras vidas en algo espectacular (de espectáculo) y digno de ser mirado, y también los que determinamos que hay formas o momentos de la vida que no vale la pena recordar y los pasamos al olvido. Todos sabemos que Instagram no es la realidad y que todos “editamos” nuestra experiencia, pero esa es la letra chica: en efecto, consumimos esas ficciones sin reticencias y nos las terminamos creyendo.”

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Me había alejado de mi papá los últimos meses porque tenía miedo de destruirle la vida cuando supiera de mi indagación. Cuando decidí que era hora de contarle, usé de nuevo las cinco palabras. Quiero permitirme explorar con mujeres. Y hasta me di el lujo de agregar: “lo hice, me gustó, y no sabés las cosas que viví”.

Nos emocionamos. Creo que en algún lugar se sintió orgulloso de mí. Hablamos de las veces que, en la bifurcación del camino de la vida, había tomado el camino más seguro, el de seguir haciendo todo igual y me había traído angustia. Y que ahora, en esta bifurcación, había tomado el camino que me hacía más feliz.

Le dije: esta es mi lucha, quiero luchar por esto, quiero llevar esta bandera, no quiero tomar más el camino que no le da sentido a mi vida.

Cuando se fue me quedé pensando que al final no es la lucha de la sexualidad, es la lucha de ser uno mismo.

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Para contestar a mi pregunta de hasta dónde llega esto: no sé, pero quiero visibilizar lo que encuentre para que otros tengan el camino más claro. Mi hipótesis es que hay que visibilizar para conseguir un cambio. Ponerlo en el mapa como una opción posible, para que otros sepan que este cuestionamiento y esta exploración existen. Y está bien, no sos raro por querer algo que no se ve. Está bien dudar del status quo. Duele, es cierto, sobre todo para almas sensibles. Pero está bien. Hay mucha gente en este mismo viaje.

Siento que hay un 10% de todo que es visible y un 90% invisible. Hacemos el 10% visible porque es lo único que conocemos y repetimos lo mismo siempre. Y no, hay mucho más. El sexo es eso, una actividad que uno hace en su vida cotidiana, como ir al baño, pero nadie habla de eso. No ocurre en antros clandestinos, ni le pasa a una población selecta. Nos ocurre a casi todos, en momentos tan triviales como la tarde de un martes. Y es normal cuestionarse al respecto, como nos preguntamos qué queremos comer todos los días.

Ese es mi objetivo: visibilizar, con líneas desdibujadas, aún enceguecida por la luz, pero visibilizar. Poner sobre la mesa lo que saqué del cajón para empezar a estudiarlo y no guardarlo más.

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Visito a la pareja. Les comento que a veces me preguntaba dónde terminaba todo esto.
Él sentenció: "no creo que alguna vez se termine".
Ninguno de los tres dijo nada.
Me quedé mirando por la ventana.
Ella me dijo: “pero vos, andá con quien quieras y contanos lo que quieras. Sos libre.”



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